jueves, junio 04, 2020

Leyendo Sherlock Holmes: Relatos III

Los dos primeros relatos están ubicados antes de El signo de los cuatro, pero los junto con los siguientes para no hacer una entrada solo con estos dos.

EL ROSTRO AMARILLO

Holmes y Watson prestan ayuda a un preocupado esposo que está convencido de que su mujer, con la que hasta hacía poco se llevaba maravillosamente, le esconde un secreto terrible y que tiene que ver con la casa vecina a la suya, hasta entonces desocupada. Al ir a investigar, un rostro amarillo de aspecto extraño al que atisba en la ventana del piso superior le llena de desasosiego.

Esta historia es peculiar porque no solo Holmes no hace absolutamente nada, sino que sus conjeturas, por una vez, están erradas. Ya le hacía falta una buena cura de humildad, y él mismo la aprecia como tal. La resolución es preciosa.

EL INTÉRPRETE GRIEGO

Watson se sorprende porque Holmes, que no es dado a hablar de su familia, de repente le suelta que tiene un hermano mayor al que considera con más dotes de observación y deducción que él mismo, pero que es tan vago que no se toma las molestias de seguir todos los rastros que necesita una investigación. La pareja se va a ver a Mycroft al Club Diógenes, donde pasa las tardes, y allí este les involucra en el caso de su vecino, un intérprete griego que fue secuestrado y que fue testigo de algo en apariencia muy turbio.

Lo mejor del relato es obviamente la introducción de Mycroft, cuando los dos hermanos se ponen a hacer deducciones sobre una persona que pasa por la calle para competir entre ellos e impresionar de paso a un anonadado Watson es buenísimo. Aquí de nuevo Holmes no tiene mucho que hacer, pero ya es más de lo que haría Mycroft.

Y hablando de Mycroft, es curioso que en casi todas las últimas adaptaciones no lo muestren con sobrepeso cuando es una de sus características más definidas, Stephen Fry es el que más se acerca a la descripción que da Doyle.

EL MISTERIO DE COPPER BEECHES

Una institutriz acude a Holmes y a Watson para que le aconsejen sobre si aceptar un trabajo que parece demasiado bonito para ser verdad; le pagan un montón de dinero a cambio de que de vez en cuando lleve un vestido determinado, se siente donde ellos digan y se corte el pelo. La chica finalmente acepta porque la oferta es demasiado jugosa, pero en cuanto se da cuenta de que hay gato encerrado, vuelve a ponerse en contacto con los detectives.

Doyle le estaba cogiendo gustillo a eso de trasladar la acción al campo (¡y aquí también hay un sabueso!). Esta de esas historias en las que Holmes tampoco tiene mucho que hacer, pero se da un aire a Barbazul y eso siempre gana puntos para mí. Buena explicación del misterio y buen final.


EL MISTERIO DE BOSCOMBE VALLEY

Lestrade llama a Holmes para que le ayude en un caso de asesinato en el que un granjero australiano ha sido hallado muerto con el cráneo aplastado. Todas las pistas apuntan a que su propio hijo fue el perpetrador del crimen, pero una amiga de este insiste en que Holmes investigue y saque sus propias conclusiones.

Entiendo que hayan cosas que se repitan de una historia a otra porque se iban publicando por separado y no todos los lectores leerían todas y cada una de ellas y por orden, pero me hace gracia siempre que Sherlock presume de su monografía acerca de las diferentes cenizas de tabaco, como si Watson no lo supiera. No está mal pero no ofrece nada nuevo, muy parecida por ejemplo a La corbeta Gloria Scott. Doyle tiene un poco de obsesión con hombres que se reencuentran con pasados que creían que habían dejado atrás en otro continente.

Meitantei Holmes (1984-1985)


EL OFICINISTA DEL CORREDOR DE BOLSA

Aquí de nuevo tenemos a un cliente al que le han ofrecido un chollo de trabajo que tiene que tener algún truco, y Holmes ya se huele por dónde van los tiros en cuanto se le explican los hechos.

Como ya he dicho alguna que otra vez, una de las cosas que más me gustan de estos relatos es lo creativos que son los criminales, y aquí se da otro de esos casos. Parecido al de La liga de los pelirrojos con eso del trabajo que mantiene al cliente ocupado mientras por detrás se fraguan otros planes.

EL TRATADO NAVAL

Esta es de las historias más largas, y recuerda un poco a La segunda mancha en tanto que una vez más desaparece un importante documento cuyo robo podría tener repercusiones internacionales pero el ladrón tiene dificultades para venderlo. El cliente en esta ocasión es un antiguo compañero de colegio de Watson, que trabaja en la oficina de asuntos exteriores y al que le roban un tratado naval cuando estaba haciendo una copia. Tras enfermar gravemente a causa de la ansiedad, cuando por fin empieza a recobrar la salud le ruega a Watson que convenza a Holmes para hacerse cargo de su caso.

Lo más interesante de esta historia es cómo el ladrón parece haberse esfumado tras cometer el robo, y algunos aspectos extraños en el asunto, como el hecho de que tocara una campanilla que avisaba de su presencia segundos antes de cometer el delito. Hacia el final ya se hace claro qué ha pasado y la forma que tiene Sherlock de anunciar que ha resuelto el caso es una  monada. La verdad es que le cogí cariño a Phelps.

LA CAJA DE CARTÓN

Este relato fue muy polémico en su momento y de hecho llegó a estar censurado en múltiples ediciones de las recopilaciones por la resolución que le da Doyle. Y puedo entenderlo, porque esta historia es bastante oscura y, lo es peor, realista, viendo que casos así se suceden muy a menudo...

El misterio comienza cuando una mujer recibe un paquete que contiene dos orejas humanas de dos personas diferentes. Ella no tiene ni idea de cuál puede ser el motivo de la persona que le ha enviado tan siniestro regalo, pero Sherlock sospecha a quién puede haber sido dirigido realmente y cuáles son los motivos reales del presunto asesino. Holmes va bastante sobrado, aquí, incluso más que de costumbre.

Lo que más gracia me hace de este relato es que en Estudio en Escarlata Holmes se mofaba de Dupin diciendo que su truco de adivinar los pensamientos de otros era superficial y petulante para aquí hacer él exactamente lo mismo... ¡solo para impresionar a Watson! Ay, Sherlock...

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